domingo, 12 de abril de 2009

Juanito y el Presidente

"Estudia hijo, prepárate y algún día llegarás a ser Presidente de la República." ¿A quién no le ha dicho eso su mamá? Siempre el referente era el presidente. Era el mejor hombre de la nación, el más inteligente, el líder, el guía, el padre de todos. Cuando tenía 18 años, aún creía en eso. Fue entonces que por primera vez me tocó ver de cerca al Presidente de la República. No me decepcionó, todo lo contrario, pero vi un hecho que me dejó impresionado. Aquí lo relato:


JUANITO Y EL PRESIDENTE
Llegué muy puntual al Centro de Convenciones. El presidente aún no arribaba al lugar. tuve tiempo de echar un vistazo por los alrededores. Cuando estaba contemplando una formación militar que avanzaba rápidamente a tomar posiciones, llegó raudo el autobús presidencial. No cualquiera tiene la suerte de ver de cerca al Señor Presidente de la República. Fui uno de ésos afortunados. El camión abrió su puerta justo frente a mí. Como por arte de magia, salió gente de todos lados y se formó una valla. La gente me fue empujando unos metros más allá de donde aparecería El Presidente. Muy cerca de mí estaba un señor de unos 60 años, moreno, calvo, de estatura mediana y esbelto. Primero bajó el Gobernador del Estado, luego unos Ministros y algunos Diputados y Senadores, que a su vez, se integraron al cerco humano. El Señor Presidente apareció en el quicio de la puerta de su vehículo y desde ahí saludó a la multitud con su mano derecha. Su mirada de águila recorrió las caras de las personas que se encontraban a su alrededor en semicírculo y se fijó en la persona que tenía a mi lado. Bajó de un salto a la acera y se dirigió en linea recta a mi vecino de puesto. abrió sus brazos y le dio un apretado abrazo.-¡Juanito! ¡Qué gusto verte!-¡El gusto es mío, Señor Presidente!-¡Te vienes conmigo! ¡Vamos! Ordenó El Presidente, llevándolo abrazado por los hombros.Asi entraron al gran Salón y lo acomodó sentado a su derecha, en el Presidium. A alguien tuvieron que retirar de ahí para sentar a Juanito. De ahí en adelante, los discursos, alabanzas, aplausos se fueron sucediendo. El Presidente, no paraba de hablar, reir y hacer comentarios con su amigo Juanito. Yo sentí envidia de ése hombre. El mismísimo Presidente de la República le había dado muestra pública de afecto, de confianza a un personaje, que para mí pertenecía a la oscuridad, a ésos que no figuran en los noticieros televisivos ó en la prensa escrita. No cabía duda, pensaba, que había tipos con suerte. Cuánta gente pasa años pidiendo audiencia a un Ministro y jamás se le concede y héte aquí que éste desconocido resultó amigo íntimo del hombre más poderoso del País.Pasaron las horas y por fin terminó el acto. se hicieron honores a La Bandera, los presentes, de pie, respetuosamente, entonamos El Himno Nacional. El Presidente, llevando del brazo a Juanito salió del recinto. Sólo lo soltaba cuando debía saludar a alguien con un abrazo. La larga comitiva de políticos que acompañaba al Jefe de las Instituciones Nacionales, como también era llamado el Jefe del Poder Ejecutivo de La Nación, iba paso a paso acercándose al transporte presidencial. Subieron y esperaron arriba a que El Presidente se despidiera del pueblo que lo rodeaba, Siempre llevando a sus espaldas al General Jefe del Estado Mayor Presidencial y a su derecha, a nuestro ya conocido Juanito. Al poner un pie en el estribo del vehículo, El Presidente, con un ademán invitó a subir a su amigo. Éste agradeció el gesto:-¡Muchas Gracias, Señor Presidente! Si me permite, me quedaré aquí, con la debida consideración a su fino trato y el gusto de haber tenido el honor de su compañía.-¡Cómo tú lo prefieras, Juanito! ¡Sabes que me alegra haberte saludado! Le dio un efusivo abrazo, le palmeó fuertemente la espalda y subió al autobús. Inmediatamente, tomó asiento y abriendo la ventana, sacó la cabeza y su brazo derecho, con el que saludó al pueblo en general y luego lo dirigió hacia Juanito, que esperaba al pie del ventanal.-¡Hasta luego, Juanito! ¡Buena suerte! le dijo tendiendo su mano para estrecharlo por última vez. El Autobús arrancó en ese momento sin que pudiera concretarse el saludo y al mismo tiempo, un guardia presidencial (eran fácilmente reconocibles por su nuca rasurada y su aspecto militar, además de su prepotencia y brusquedad) le dió un certero codazo en un costado a Juanito. El Señor se dobló haciendo una arcada. La muchedumbre corriendo tras el camión del Presidente tropezó con él, quién cayó al suelo donde fué pateado, molido a golpes por el mar de gentes que sin proponérselo saltaban sobre él pisoteándolo mientras cubría su estómago con una mano y la cara con la otra. Finalmente fue reduciéndose el corretear de la gente y la plaza se vio sola en unos instantes. Yo, azorado, miraba a Juanito en el suelo a punto del desmayo. me acerqué a él y le ayudé a levantarse. luego lo llevé a sentar a una banca cercana bajo un árbol. Respiraba con dificultad y se veía bastante maltrecho. -Señor, ¿desea que llame a alguien? ¿A una ambulancia?-No, joven, gracias,ya me siento mejor. dijo con voz ahogada.Este episodio que viví a mis 18 años, me marcó a mi corta edad. Pensé en la futilidad de la Vida. Hacía unos momentos, el hombre estaba sentado a la derecha de un dios y unos momentos después, rodando como basura por los suelos. Primero lo envidié y después pensé que ni en sueños hubiera querido estar en su lugar. Así, desde entonces me ha tocado ver a grandes personajes en desgracia. campeones mundiales del deporte, políticos, ex-millonarios. A los únicos que no he visto rodar por el suelo ha sido a los hombres sabios, a las personas generosas, a quienes se han ganado lo que tienen (Me refiero al Respeto) con sus actos de Virtud nunca con engaños, jamás tomados a la fuerza. (Lo cual, creo que no era el caso de Juanito, quien realmente parecía buena persona. Más bien el suyo fue un acto de mala suerte).

miércoles, 1 de abril de 2009

15 y no pude acortarlo

De Monja a Casada
Elena pasó entre los invitados haciendo equilibrio con las copas vacías que iba recogiendo. Al mismo tiempo repartía sonrisas y disculpas con un gracioso ademán característico de ella, que consistía en una pequeña inclinación de cabeza sacudiéndola levemente, un poco a la manera de las mujeres japonesas. Cuando ella y Roberto su marido planearon cuidadosamente la reunión para festejar su aniversario de bodas, quisieron hacerla lo más privada posible. Así decidieron invitar a sus más íntimos amigos y realizarla en su propia casa. Ya avanzada la noche, la fiesta languidecía, algunos bostezos se empezaron a mostrar y decayó el ritmo de las conversaciones.
En cuanto la primera pareja se levantó para irse, fue como una señal para que los demás lo hicieran. Fueron saliendo lentamente. Elena y Roberto los despidieron en la puerta de la casa y al salir el último entraron abrazados a su hogar. Él no insistió para que dejara de recoger vasos, platos y copas. Sabía que era inútil. Ella no se dormiría hasta tener todo arreglado y limpio. Roberto cooperó sacando algunas sillas plegadizas y mesillas. Luego se arrellanó en su sillón preferido con una bebida en la mano y contemplando el trajín de su hermosa pareja notó cómo a través de la sutil tela de su vestido se insinuaban sus formas juveniles. Con todo y sus 43 años, Elena conservaba intacta su belleza. A Roberto siempre le había intrigado que su esposa cambiara camaleónicamente de acuerdo a la ropa o peinado que utilizara. Dando un suspiro, dejó volar sus pensamientos hasta la época en que tuvo la fortuna de conocerla.