De Monja a Casada
Elena pasó entre los invitados haciendo equilibrio con las copas vacías que iba recogiendo. Al mismo tiempo repartía sonrisas y disculpas con un gracioso ademán característico de ella, que consistía en una pequeña inclinación de cabeza sacudiéndola levemente, un poco a la manera de las mujeres japonesas. Cuando ella y Roberto su marido planearon cuidadosamente la reunión para festejar su aniversario de bodas, quisieron hacerla lo más privada posible. Así decidieron invitar a sus más íntimos amigos y realizarla en su propia casa. Ya avanzada la noche, la fiesta languidecía, algunos bostezos se empezaron a mostrar y decayó el ritmo de las conversaciones.
En cuanto la primera pareja se levantó para irse, fue como una señal para que los demás lo hicieran. Fueron saliendo lentamente. Elena y Roberto los despidieron en la puerta de la casa y al salir el último entraron abrazados a su hogar. Él no insistió para que dejara de recoger vasos, platos y copas. Sabía que era inútil. Ella no se dormiría hasta tener todo arreglado y limpio. Roberto cooperó sacando algunas sillas plegadizas y mesillas. Luego se arrellanó en su sillón preferido con una bebida en la mano y contemplando el trajín de su hermosa pareja notó cómo a través de la sutil tela de su vestido se insinuaban sus formas juveniles. Con todo y sus 43 años, Elena conservaba intacta su belleza. A Roberto siempre le había intrigado que su esposa cambiara camaleónicamente de acuerdo a la ropa o peinado que utilizara. Dando un suspiro, dejó volar sus pensamientos hasta la época en que tuvo la fortuna de conocerla.
En cuanto la primera pareja se levantó para irse, fue como una señal para que los demás lo hicieran. Fueron saliendo lentamente. Elena y Roberto los despidieron en la puerta de la casa y al salir el último entraron abrazados a su hogar. Él no insistió para que dejara de recoger vasos, platos y copas. Sabía que era inútil. Ella no se dormiría hasta tener todo arreglado y limpio. Roberto cooperó sacando algunas sillas plegadizas y mesillas. Luego se arrellanó en su sillón preferido con una bebida en la mano y contemplando el trajín de su hermosa pareja notó cómo a través de la sutil tela de su vestido se insinuaban sus formas juveniles. Con todo y sus 43 años, Elena conservaba intacta su belleza. A Roberto siempre le había intrigado que su esposa cambiara camaleónicamente de acuerdo a la ropa o peinado que utilizara. Dando un suspiro, dejó volar sus pensamientos hasta la época en que tuvo la fortuna de conocerla.
ay Jorgito.... que lindo el relato, valen la pena las 15 páginas jejeje
ResponderEliminar