jueves, 26 de marzo de 2009

El 14, Mi Dama...

Ya debo empezar a trabajar sobre el cuento corto, el minúsculo, aquél que no pasa de una cuartilla. Sé que será difícil, acostumbrado como estoy a extenderme en mis explicaciones. Por lo pronto, mi realización más larga a la fecha: Mi Dama.


MI DAMA DE BLANCO


No sé porque hago este relato. Si es una confesión, una respuesta a esos charlatanes que escriben lo que no saben o simplemente el querer dar por terminada esa famosa leyenda de “La Dama de Blanco” como la llamó algún pretendido historiador. La historia es también conocida por el vulgo como “La Aparecida de la Pérgola” y ha sido el cuento de terror preferido entre los niños, jóvenes y adultos de Los Mochis desde hace décadas.
Mi nombre no tiene importancia y por cierto no lo diré. Aún viven personas involucradas en la historia y no es el caso arrojarlas al juicio popular. Si son tan crédulos como para dar por cierta a la manoseada leyenda, seguramente podrán darle a éste escrito el crédito que se merece.
Para pasar a las letras mi relato, me he apoyado en la discreción y buen juicio de un gran amigo. El guardará algunos secretos que le confié y contará los hechos en la forma que le plazca. Me dice que lo hará en forma novelada, en tercera persona y no como una narración directa, de mi boca. Que así sea, lo único que me interesa es que la verdad salga a la luz.
Para estos fines, debo llamarme de algún modo. ¿Qué les parece Martín Hernández? Bien, con ese nombre apareceré en adelante y por supuesto, todos los demás que aparezcan serán figurados. Y aquí inicio la verdadera historia de la Dama de Blanco ó Aparecida de la Pérgola. Por cierto, habrán de notar que en mi narración no consigno ninguna fecha, sin embargo, si leen con atención mis palabras, es posible que logren identificar algunos personajes y hechos. Todo comenzó hace muchos años, en la Ciudad de México...

sábado, 21 de marzo de 2009

Y llegué al Trece

Quién sabe en que pensaba cuando inicié este cuento. Simplemente empecé a escribir... y resultó esto. A mí me gustó al final, me divertí al escribirlo. Espero que a ustedes les divierta leerlo.
Una Oveja Descarriada

Recibió el nuevo día con un dolor insoportable en la sien derecha, una sed terrible unida al profundo malestar de su estómago y la sensación de estar meciéndose al compás de las olas en la cubierta de un barco. El sol furioso penetraba por la ventana desde el oriente taladrando su piel e iluminando los más recónditos lugares de su maltratada bóveda craneana. Abrió las aletas de su nariz tratando de tomar una mayor porción de oxígeno y un polvillo suspendido en el aire lo hizo estornudar con violencia, lo cual extrañamente le aliviaba la jaqueca. Cubrió su cabeza con la almohada y trató de seguir durmiendo otro rato. El picor de los rayos solares sobre su espalda desnuda no se lo permitió. Se sentó en la cama, despeinado, con la mirada perdida de sus ojos inyectados y el mareo persistente y rítmico. Apenas tuvo tiempo de llegar al sanitario donde volcó todo el contenido de su cavidad gástrica. Lavó su cara en el lavabo, se enjuagó la boca y alisó sus cabellos rebeldes.
Al salir del baño, escuchó una voz de soprano semejante al gorjeo de un pájaro cantor que revoloteaba por la casa. -¿En dónde he escuchado antes ésta canción? Se dijo con curiosidad. Puso atención al cántico:
-“…ángeles, yo siento ángeles, yo siento ángeles a mi alrededor…”
Se dirigió hacia la cocina y ahí estaba la dueña de la dulce voz. La contempló un instante: Alta, muy alta, de una blancura de piel exagerada, de finas facciones sin gota de maquillaje y fue todo, no había más que ver. Su austero vestido oscuro y monacal estampado con florecillas blancas llegaba muy abajo de sus rodillas, sus piernas estaban enfundadas en unas medias gruesas y sus pies en rudos zapatos negros con hebilla. El cabello rubio y opaco estaba cubierto con un sombrero de paja de alas anchas adornado con un listón negro circundando la base de la copa y sus manos ocultas a la curiosidad de las miradas por unos guantes de estambre. Juraría que la había visto en alguna película de guerra como enfermera del ejército alemán. La escoba que accionaba era la generadora del polvillo medicinal que aliviaba su jaqueca.

viernes, 20 de marzo de 2009

El Mágico 12

De nuevo he dejado pasar dos dias para dejar otro de mis cuentos en este lugar. Ya se está haciendo costumbre. El arte de escribir cuentos cortos es bien difícil para quien acostumbra alargar tanto sus conversaciones como yo. Me gustan los cuentos cortos porque me permiten ejercitar la mente imaginando los muchos itinerarios por los que puede desembocar. Pero al escribirlos yo, me da la impresión que no soy lo suficientemente claro para que mis lectores imaginen todas las posibilidades. Trato de describir de la manera más minuciosa cada detalle y al mismo tiempo, quedo inconforme con lo que he escrito. De este modo, frecuentemente me entrampo en la narración y se me alargan los cuentos. Algo así me pasó con éste. Trato de resumirlo y sé que se puede, pero no quedo conforme con el resultado. finalmente, lo escribí como me salió y así lo dejé, sin más reservas, y aquí lo tienen:


BUSCANDO PAREJA
-¡NO HIJA! ¡Que ni se te ocurra! ¡Eso es una locura! ¡Ya déjame en paz, yo no necesito nada, así estoy bien…!
–Mamá, la prueba de que no estás bien es la manera en que te alteras cada vez que saco el tema. ¿Podríamos hablar sin gritarnos?
–Marcela, hija: No te preocupes por mí. Yo estoy tranquila. Mira, ya han pasado cinco años de la muerte de tu padre. Estoy acostumbrada a la soledad y aún tengo mis amistades, puedo salir con ellas, buscaré algo en que ocuparme…
-Madre, me estás mintiendo, el temblor de tu barbilla te denuncia. Vamos hablando claro, María Dolores. Cuando murió papá yo tenía trece años. Todo tu tiempo, tu afecto y protección se volcó sobre mí, por eso pudiste sobrevivir, pero… ¿Ya te diste cuenta de lo que me costó? ¡Me robaste mi adolescencia! ¡Ahora vas sobre mi juventud! ¿Y después qué? ¿Robarás la infancia de mis hijos? ¿Hasta cuando te dedicarás a ti misma? Yo tengo proyectos, madre. Y perdona, pero no estás incluida en ellos. Saldré de aquí a estudiar mi carrera, viviré en algún albergue estudiantil donde conviviré ¡por fin! Con alguien de mi edad y me asomaré al mundo por otras ventanas que no sean las que tu me abres. Perdona mamá, mi amor por ti es el mismo de siempre, pero tienes que entender esto. Lo que quieres hacer se llama chantaje: “Estoy bien”, “la soledad me gusta”, “no te preocupes, soy feliz así”. Sabes bien que yo no te podría dejar en éstas condiciones. Estás demasiado apegada a mí y sufrirías con nuestra separación y ¡Ah! ¡Que sorpresa! Yo también sufriría sabiéndote sola. ¿Ves? ¡Ya estás llorando! Y por lo tanto, ¡fin de la conversación!

martes, 17 de marzo de 2009

El Número Once y Seguimos...

EL TESTAMENTO

El abogado extrajo un grueso sobre blanco del bolsillo interior de su saco. –Aquí encontrará usted Don Enrique, las últimas disposiciones de su señora esposa que en gloria esté. Disculpe que se lo haya entregado en éste velatorio, frente a su cuerpo inerte, pero esos fueron los deseos de Doña Rafaela y así prometí cumplirlos. Con su permiso. Enrique estuvo unas tres horas ocupado, recibiendo a las amistades y parientes que iban a acompañarlo en el duelo. Pensando que seguramente en la carta vendrían indicaciones sobre los funerales, buscó un lugar privado para leer el contenido del sobre. Hasta esa hora no había decidido si ordenaría la cremación o la sepultaría normalmente. Esperaba que llegara el último de sus hijos para escuchar sus opiniones.Rasgó la envoltura. Al inclinarlo cayó una llave que recogió en el acto y la guardó extrañado, en el bolsillo del pantalón. Eran unas cinco hojas manuscritas con aquella bonita caligrafía que tanto le gustaba leer cuando ella le enviaba cartas al estudiante universitario que en aquellos lejanos tiempos había prometido volver para casarse con ella al término de su carrera en Administración. Dentro del sobre aparecieron también un pañuelo con las letras E y R bordadas en una esquina, una tira de cuatro fotos que se habían tomado en una máquina en algún momento del noviazgo, recortes de periódicos que reseñaban su boda, una pequeña foto de pasaporte donde ella aparecía con sus cinco hijos, un anillo, una tarjeta de negocios del primer trabajo de él: “Enrique A. Jiménez Sosa, Agente de Ventas, Distribuidora Ford del Valle” y así, varios pequeños y significativos objetos que cubrían toda su vida de casados.Se colocó sus anteojos, desdobló las hojas e inició la lectura:Mi Querido Enrique: Tenía tantas cosas que decirte. Nunca pude hacerlo de frente, me faltó valor. Además me parecía algo así como melodramático, así que mejor lo escribí para no olvidar nada y además darle un toque novelesco que ya sabes cuanto me gusta.Bueno, empezaré por el final. Haz con mis restos lo que desees. Te sugiero la cremación y que mis cenizas sirvan de abono a mis geranios. Así no te preocuparás por visitar mi tumba. Me tendrás cerca y no habrá ninguna necesidad de llevarme flores, pues yo estaré debajo de ellas.¿Encontraste la llave? Bien. Con ella abrirás una caja metálica que se encuentra al fondo de mi armario. Te sorprenderás, querido, pero ahí está mi testamento. Mi legado te permitirá vivir sin aprietos económicos por todo lo que te queda de vida. Hay un fideicomiso sobre un enorme edificio de oficinas del cual podrás gozar de sus rentas mientras vivas, pero no podrás venderlo jamás, ya que su propiedad será de nuestros hijos cuando tú ya no estés en éste mundo. Hay cuentas bancarias, con dinero suficiente para que pases buenos momentos hasta que se acabe, pues si te conoces como te conozco, sabrás que no te aguantarán las reservas por mucho tiempo. En fin, encontrarás muchas cosas más, seguros de vida, de gastos médicos para ti y los muchachos, pero sé que a estas alturas te estarás preguntando: ¿De donde sacó ésta vieja tanto dinero? Es toda una historia.Probablemente no recuerdes a mi tía Lucila. Mi abuelo la expulsó de su hogar al quedar embarazada de un tipo que ni siquiera se ocupó de ella y su hijo. Yo lo supe cuando era pequeña. Mi mamá la veía a escondidas siempre con el temor de que mi abuelo la sorprendiera. En ésa casa no se hablaba de ella. Era peor que si hubiera muerto. Muy joven empecé a trabajar en el Banco donde me conociste. Una vez la vi, platiqué con ella, le di algo de dinero y le hice prometer que nos seguiríamos viendo. Su hijo Alfredo, unos diez años mayor que yo se había ido a los Estados Unidos como trabajador indocumentado y no sabía nada de él. Yo me hice cargo de mi tía. Mi mamá había muerto poco antes a consecuencia del cáncer cervical. Físicamente eran muy parecidas. Así estuvimos por tres años. Realmente la carga era algo pesada para mí, pues no ganaba mucho dinero, de modo que tuve que sacrificar muchas cosas para poder cumplir con la responsabilidad que me había impuesto. Mi tía trabajaba en un hospital como afanadora y a veces suplía a alguna enfermera. Por fin tuvo noticias de Alfredo, pero no eran buenas. Había sufrido un accidente junto con otros compañeros de trabajo. La ayudé a trasladarse a California y después me escribió que su hijo había quedado lisiado, cuadripléjico y jamás podría recuperarse. Le envié todo el dinero que pude reunir, me contestó dándome las gracias y anunciando que ya pronto tendría un trabajo. De pronto se esfumó y durante muchísimos años no supe de ella. Con los medios que tenía la busqué y nunca pude encontrarla.Por entonces llegaste a mi vida. Estabas en tu tercer año de Administración de Negocios. Sabía los aprietos económicos de los estudiantes cuando están fuera de sus casas y me dediqué por completo a ti en pensamiento y en obra. El dinero que tu hermana enviaba en realidad era mío pero acordamos que jamás te lo dijera y no hubo mujer más orgullosa que yo cuando acudí como tu prometida al baile de graduación y mucho más cuando al fin, después de seis meses nos casamos. La casa paterna, donde yo vivía sola al morir también mi padre, es la que por cuarenta años nos ha dado amparo.Después, vinieron las buenas épocas. Por fin alguien reconoció tu talento y tuviste el puesto ejecutivo que merecías. Hiciste negocios extra que florecieron y disfrutamos durante varios años de bonanza económica. ¿Qué nos pasó? Completamos cinco hijos a intervalos de dos años. Mi figura ya no volvió a ser la de antes y no me preocupó. Mi tiempo se empleó mucho más en la atención de los hijos, al fin que tu estabas muy ocupado con tu trabajo y poco a poco nos fuimos separando. Luego supe de tus devaneos con toda clase de mujeres, los hijos que descuidadamente venían al mundo de cuya existencia era puntualmente informada. Todo esto no hizo sino ampliar más la brecha entre nosotros, hasta que finalmente, apenas pasando mis cuarenta años de edad, se terminó mi vida sexual. Jamás volviste a tocarme y yo en secreto te lo agradecí. Estaba demasiado ocupada de la cintura hacia arriba. Apenas teníamos veinte años de casados.Los siguientes diez años los ocupé en casar a nuestras hijas, criar a los nietos, atender la casa y descuidar mi salud. Mi constitución física se fue deteriorando lentamente. Cada vez me costaba más trabajo hacer las cosas y pensé que era parte del proceso natural de la vejez. A los cincuenta años de edad ya era una anciana, al menos para mí. Al mismo tiempo empezaron los problemas financieros. Tu empresa quebró y fuiste despedido. Tus negocios particulares hacía tiempo habían fracasado y empezaste a padecer el acoso de los bancos, de los acreedores y el abandono de tus múltiples amantes. No sé cómo pudiste pasar sólo por todo eso.Mientras, yo no advertía el cáncer que me iba devorando, ni siquiera me dolía, sólo sentía un gran cansancio. En esos días recibí una llamada de Estados Unidos, concretamente de una institución médica de San Francisco, California. Una anciana, Lucille Morgan, había fallecido en un asilo y me había designado heredera de sus bienes. Inmediatamente supuse que era mi tía Lucy quien seguramente se había cambiado el nombre para eludir a las autoridades migratorias. Esa misma semana llegó por correo un paquete. En una carta me decían que las cenizas de la Sra. Morgan habían quedado depositadas, según sus instrucciones en una capilla junto a las de su hijo Alfredo y de su esposo Edward. En otra carta incomprensible para mí, se hacía mención de un legado. Dinero en efectivo, bienes raíces, acciones, etc. Mismas que luego entregué a un abogado de confianza para su trámite. En una carta escrita a máquina dirigida a “Mi querida Rafaelita” Se me explicaba que la Sra. Morgan, impedida para escribir por ella misma, había dictado la presente carta. En ella me relataba cómo había tomado un empleo cuidando a un anciano viudo que se encontraba algo delicado de salud y cómo debido a los cuidados proporcionados por mi tía éste había reaccionado tan favorablemente que volvió a llevar una vida normal, jugando golf, viajando en cruceros y atendiendo sus negocios sin separarse jamás de su ángel protector, mi Tía Lucy con la cual finalmente se casó. Alfredo, su hijo, murió a pesar de todos los esfuerzos que le hicieron los mejores médicos. Así vivieron varios años, hasta que finalmente mi Tío Edward, ahora lo sabía, sucumbió a las enfermedades dejando en la viudez a mi Tía, sola pero no desamparada, ya que la herencia recibida era para ella inimaginable, algo así como cinco millones de dólares. ¿Por qué no se comunicó conmigo? Algo le pasó. Una especie de bloqueo mental. Al cambiar de nombre también su personalidad se transformó. Se dedicó a vivir entre la iglesia y su casa hasta que apareció la terrible enfermedad del Alzheimer. Sin embargo, tuvo tiempo de ordenar sus cosas. Donó una parte de sus bienes a la Iglesia, pagó su tratamiento en una institución especializada y finalmente dio instrucciones para que se me localizara y entregara su herencia y su carta de despedida.
¿Por qué no te informé de todo esto a su debido tiempo? Tuve miedo, sí, temía que tu actitud hacia mí cambiara, es decir que el dinero me hizo recelosa de tu amor. Decidí que me tenías que querer así como había sido y que no hubiera influencia alguna del dinero. De cualquier modo debes haber notado que tus acreedores y los bancos dejaron de molestarte y que siempre, de alguna manera se conseguía lo suficiente para pasarla sin apuros en nuestro hogar. Yo, con mi dinero, iba pavimentando por donde tú debías pasar. Nada de derroches y por si no lo notaste, tus hijos fuera del matrimonio tampoco han quedado desamparados. Del cielo les han caído becas a los que se han aplicado al estudio y a sus madres no les han faltado ingresos para llevar a sus casas. Para eso es el dinero ¿No? Mi enfermedad, de la que tampoco te enteré, seguía su progreso. Con todo el dinero, no había forma de curarla. Me resigné y esperé la muerte. Me encantó cómo estuviste más y más cerca de mí a medida que la vida se disipaba. Los últimos dos años puedo decir que han sido los más felices de mi vida. De cualquier modo, preparé todo para éste momento y puedo decirte que muero tranquila, llevándome de ti el más puro amor y por cierto un gran remordimiento.Si, un gran remordimiento porque creo que te fallé como mujer. Creo que fui una buena esposa, tal vez una madre para ti, pero una pésima mujer. Tú siempre tuviste grandes y pequeños detalles conmigo. Jamás olvidaste mis cumpleaños, ni nuestro aniversario, me llevabas a comprar las provisiones de la semana. Siempre que podías me acompañabas a misa. Bailabas conmigo en las fiestas familiares. Jamás te avergonzaste de mi figura. Yo no tuve la atención contigo de cuidar mi silueta, maquillarme para ti, vestir como a ti te gustaba o desvestirme cuando a ti te agradara. Siempre hiciste lo posible para que gozara nuestros intercambios amorosos, pero yo le cerré las puertas al placer. Cometí el pecado de no amar. Creía que el amor era soportar tus desvíos cuando yo era la primera culpable de ésa situación. Fuiste un hombre generoso y magnánimo en el amor, mientras yo fui avara e insensible. Tarde lo comprendí. Tarde me arrepentí. Estoy segura que el Señor me reprochará todo esto. Él me dio éste paraíso para que lo disfrutara y yo no obedecí sus designios. Tan grande eres, cariño, que sé que cuento con tu perdón. En todo nuestro matrimonio no lloré como lo estoy haciendo ahora. Estuve siempre tan segura de ti, que cuando alguien me informaba de tus amoríos, no me preocupaba, sabía que tu volverías a mí porque estaba segura de tu amor del cual ¡Tonta de mí! Abusé al extremo. Perdóname esposo mío, perdona a ésta tonta mujer que no supo apreciar el tesoro que le fue dado para su felicidad. Sé feliz, querido. A pesar de todo, a mi modo yo fui muy feliz contigo, conformándome con las migajas a pesar de tener para mí todo el pan para saciarme.Y…bien, éste es el final. Trata de no pensar demasiado en mí. Cuida a los hijos, disfruta a nuestros nietos y recuérdame siempre como era cuando novios, en la playa, en el baile, en tus brazos, nunca como la vieja decrépita de sesenta años en que me convertí a la hora de mi muerte.Enrique no soportó más. Había querido ser fuerte, pero en la soledad que lo envolvía lloró y lloró hasta que sus ojos se inflamaron. ¡Perdóname tú querida! ¡Fuiste mi mujer! ¡Una gran mujer! ¡Te agradezco tanto la vida que me ofrendaste! ¡Por ti viviré y serás por siempre mi amada Rafaela!

domingo, 15 de marzo de 2009

Décimo

Cuando inicié éste Blog, recordé aquellas mascotas electrónicas que estuvieron de moda hace algunos años llamados "Tamagochis". Había que atenderlos, jugar con ellos, curarlos, darles de comer, bañarlos. Al abrir el Blog imaginé que estaba empezando a criar un "Tamagochi". A un Blog se le debe estar alimentando, si es posible diariamente. Aunque uno diga que escribo para mí mismo, es muy grande el gusto que da cuando alguien hace un comentario para opinar, para criticar, para polemizar ó felicitar. Nada me daría más placer que lograr la atención de muchas personas. Eso me obligaría a estar más atento con lo que escribo, es decir, con la ayuda de quienes me lean, nutrir a mi "Tamagochi". Bien, pues resulta que el Sábado 14 amaneció mi aparato (me refiero al monitor) con un letrero: "windows no hay disco" y una larga clave alfanumérica. Presto busqué a través de Google y encontré la ayuda. Después de muchos intentos que se fueron hasta media noche, logré quitar el letrerito estorboso. Lo logré bajando un lento y eficaz antivirus que limpió ésto tan bien que me dejó sin Internet. En la mañana de hoy ya no pude conectarme. Hasta que en la noche logro hablar con alguien que sí sabe, Mi sobrino Roberto y después de intentar por varias vías me dijo: Tío, sólo queda una. Elimina el antivirus. Asunto arreglado. Ya puedo navegar y ya puedo insertar aunque retrasado, mi décimo cuento.
LA DUDA

La carretera ascendía en una curva pronunciada. La luz reflejada en el asfalto saltaba en pequeñas chispas a causa del aguanieve. El motor de su Audi A5 ronroneó al imprimir más potencia en la subida. Iba por la parte interna de la curva, a su derecha, el alto recorte de la montaña. Al frente un pesado camión llevaba tres gigantescos troncos amarrados con cadenas aseguradas con grilletes. Redujo por mera precaución velocidad a su marcha. Fue entonces cuando notó la enorme piedra obstruyendo la ruta del transporte. El vehículo trató de esquivar la roca pasándose al otro carril por el espacio que dejaba el Audi y la piedra. El remolque con los troncos, dio un coletazo como un gran cocodrilo empujando al auto contra la pared rocosa. Los seguros de las cadenas se abrieron y su cargamento lo arrastró montaña abajo, cediendo el barandal junto al profundo precipicio. El no sintió nada desde el primer golpe.Despertó lúcido e indemne en un piso blanco algodonoso. Jirones de niebla pasaban perezosos a baja altura. Volteó hacia todas direcciones y observó el mismo paisaje blanco. Sin embargo, no sentía frío. Se puso en pié ágilmente y escuchó una especie de carraspeo seguida de una voz senil:
-¡Acércate Ricardo, hijo!
Y lo vio a unos metros de él. Le recordó al Moisés de Miguel Ángel ó a uno de ésos dibujos de Zeus en el Olimpo. Sus largas y blanquísimas barbas llegaban hasta su pecho. Un semblante que denotaba una infinita sabiduría acompañada de una bondadosa expresión a más de su majestuosa potestad sentado en aquel trono de níveo mármol le daban un aire de divinidad. Su voz, sí, ahora la identificaba, era algo parecida a la de su padre.
-Yo… -exclamó. -Usted… ¿Dónde estoy?
-¿No lo imaginas? -Contestó el personaje.
-Iba en mi auto, perdí el conocimiento… eh… no sé, estoy confundido…
-¡Vaya! -Dijo el anciano ¡Ya lo creo que no entiendas tu situación! Verás, te lo diré en la forma más directa posible. Ustedes le llaman a esto “El Cielo” y yo… humildemente te lo digo, soy… Dios. ¿Entiendes?
-¿Dios, el Cielo? ¿Entonces estoy muerto?
–Puede ser que lo estés, muchacho. Respondió Dios.
-Bien, dijo Ricardo, -convencido de que todo era un sueño. –Si tú eres Dios, ya sabrás que yo no creo en ti… -Su voz fue bajando de tono a medida que terminaba la frase.
-¡Ay hijo!, ¿en verdad creías que no creías? –contestó divertido el venerable Señor. ¡Tú has sido uno de mis mejores propagandistas! ¿Nunca te diste cuenta? Te diré que he seguido con atención todas tus discusiones, tus polémicos escritos contra los que viven comercializando mi imagen y he admirado tu honestidad intelectual, la rectitud de tus intenciones y los valores en que apoyas tu vida.
–Espera, espera… -dijo Ricardo. –Primero necesito saber si realmente existes.
–¡Já já já ¡–Se carcajeó el Señor en forma estentórea golpeando con fuerza sus rodillas con ambas manos –¡Sí que eres divertido, terco, me agradas mucho! Vamos a ver, hijo ¿Qué quieres que haga para convencerte de que existo?
–Acaba con el hambre en el mundo, con la guerra, con la injusticia, con las drogas… -respondió desafiante el joven.
–Jójójó ¡Mira, que tenemos aquí a un redentor! –contestó sonriente El Señor –Hijo, mira, tu eres un gran estudioso de la ciencia y sabrás cuales son los procesos que utiliza la Naturaleza, como le dicen los hombres para seleccionar a los más aptos de cada especie. ¿No pensabas en eso al comer un buen filete? ¿Acaso no te dabas cuenta de que era de una vaca que murió para que tú comieras? ¿Y que a su vez ella mató muchos vegetales para alimentarse? Todo, todo lo que has consumido en tu vida ha sido resultado del sacrificio de muchísimas especies, entre ellas tus propios padres, no, hijo, yo no puedo cambiar el curso de las cosas. Soy Todopoderoso, pero intervenir en el Ciclo de la Vida sería lo más injusto que pudiera hacer por mis criaturas. Seguro has leído sobre un naturista que ayudó a una mariposa a salir de su capullo porque sintió compasión hacia ella cuando notó el esfuerzo que hacía para romper su envoltura. Hizo una pequeña rasgadura con una afilada navaja y ¿el resultado? Una débil mariposa de vuelo incierto voló por los aires para ser presa de inmediato por un veloz pájaro que la devoró en un instante. Si aquél amante de la Naturaleza hubiera sido un observador más acucioso, habría notado que tal esfuerzo es necesario para que se fortalezcan las alas y se desarrollen en todo su esplendor. Así que, hijo mío, olvídalo no te daré ese gusto. En lugar de ello te llevaré a un viaje por lo más pequeño que hay. Nos reduciremos de tamaño e iremos al interior de un cuerpo, de una célula, de un átomo, de un electrón y así verás la magnificencia de mi Crea…
-¡Todo eso ya lo sé! -atajó Ricardo impaciente. –Lo he leído en revistas científicas. Al final encontraremos que son partículas de energía girando velozmente alrededor de un núcleo. No me dices nada nuevo, algo que yo no sepa, algo que me convenza de que esto no es un simple sueño, o un coma o que sé yo…
-Bueno, pues no me dejas más recurso que apelar a tu Fe… -Jájájá, ahora tú me haces reír, Venerable Señor. La Fe es un invento de los curas para conservar el poder de su Iglesia en tu nombre. ¡Una patraña!
–Bien –acotó El Señor. –Iremos entonces a lo grande, quiero que veas el Sistema Solar, Las galaxias, cruzaremos a través de ciertos pasadizos intergalácticos, mira, uno de mis hijos predilectos, tú lo conoces, Stephen Hawking ha descubierto muchísimas cosas que explican al entender de los humanos el origen de los astros.
-Si, sí Señor y entonces dirás que tu soplo divino echó a andar todo el proceso. ¡Eso es lo que dicen los modernos curas científicos! Y volvemos al punto, sé todo sobre ti y no hay nada que me pueda convencer de tu existencia. ¡Y ni me hables de tu hijo Jesús que enviaste al sacrificio por los hombres, pero que al mismo tiempo eres tú mismo y también ese ente que llaman el Espíritu Santo para confundir aún más a la gente que vive en la incultura, eso que tú llamas Fe!
-¡Mira Ricardo! –Sentenció El Señor, me agotas la paciencia. Estoy a punto de convertirme en el Dios colérico que pintan en el Antiguo Testamento. –Se levantó de su trono, dio dos pasos hacia él y lo tomó de la mano suave, pero firmemente -¡Observa! –le dijo apartando unas nubes y dejando ver a una pareja de mediana edad sentados en la banca de un parque.
-¡Papá! ¡Mamá! –gritó Ricardo.
–No te escuchan, le advirtió el Señor. Hace tiempo son mis huéspedes. Tú sólo tenías 12 años cuando murieron en aquel accidente… Y sí, dirás que fui injusto, pero te repito, yo no gobierno esos actos
–Yo, yo quiero estar con ellos –dijo suplicante Ricardo.
–No te lo puedo conceder, -le respondió el Señor- ahora regresarás pero te voy a hacer un regalo…
Abrió el Señor una ventana entre las nubes y Ricardo observó caminando por un sendero del parque cercano a su casa a una joven mujer de cabello rubio, alta, esbelta, con rítmico paso y balanceo de caderas, ojos de un azul intenso, su blusa desabotonada en la parte superior dejando asomar unos senos blancos hermosos, que con su cintura, nariz, labios, cejas, formaba un conjunto encantador del que no podía desprender su mirada. Iba empujando una carriola con la bebé más linda que hubiera visto jamás. De otro rumbo del parque llegó él mismo, Ricardo, un poco más robusto, más recio, llevando de la mano un apuesto niño de unos tres años, sonriente, que corrió hacia la bella señora exclamando:
-¡Mamá! ¡Mira el globo que me compró mi Papá! Ricardo (el del parque) se acercó a su esposa y le dio un largo beso en sus labios. Por su mente pasó un pensamiento fugaz, una sensación de déjà vu. ¿Esta escena ya la había vivido? Pensó. Se encogió de hombros, la tomó del talle y siguió caminando a su lado.
Es tiempo de que vuelvas, Ricardo. En verdad, fue un placer haberte conocido. Sigue siendo como eres, auténtico, honesto y terco… –Le dijo El Señor.
Ricardo movió sus manos, tocó y estrujó la sábana, con gran dificultad abrió los ojos y encontró un par de ojos de un azul intenso enfocados en los suyos. Mechones de cabello rubio salían de los lados de su cofia de enfermera. Su boca, su cara toda le era extrañamente familiar.
–Ricardo, ¿me escuchas? Decía anhelante.
-Si, sí contestó en un susurro Ricardo. El Doctor entró avisado por el llamado de la enfermera e inició el protocolo indicado para alguien que regresa de un coma de tres meses. En los días siguientes platicó largamente con los médicos hasta que ellos se aseguraron que su recuperación física y mental era normal, pero más disfrutó la compañía de Irene, su ángel guardián, la bella enfermera que cuidó de él en toda su postración. Su mente empezó a forjar grandes proyectos y en todos estaba incluida Irene, a quién jamás dejaría.La junta de médicos concluyó que la recuperación de Ricardo era sorprendentemente rápida y que se le podía dar de alta. El doctor Mancilla que había llevado desde el principio su caso, dijo: Sin embargo aún no entiendo cómo describe Ricardo tan fielmente, con tanto detalle, algo que él no pudo haber visto. Cómo quedó el camión atravesado en la carretera, en que posición estaban los troncos desparramados en la escena, el estado de su auto, en donde se estacionó la patrulla y en donde la ambulancia. Dice que él lo vio desde lo alto y no tiene otra explicación para ello.Ricardo, elegante con su frac, salió de la iglesia sonriente acompañado de una de las más hermosas novias que hubieran pasado por ahí. Irene iba sonriente. Le costó un poco de trabajo convencer a Ricardo de casarse por la iglesia, pero al final él cedió y el hecho ya estaba consumado. Sabía que le esperaban muy felices años al lado de éste hombre tan leal, tan honesto, tan generoso. Ricardo alzó los ojos al cielo y pensó, esbozando un gesto de aceptación y agradecimiento: De todos modos, aún tengo mis dudas, Señor…

viernes, 13 de marzo de 2009

El Noveno

Esta historia nos las contaba mi mamá y siempre me cautivó. Finalmente, tuve que escribirla. Sin embargo, pasar las narraciones a las letras, por no decir al papel, siempre tiene sus dificultades. No se deja a nadie conforme, por lo que preferí hacerlo en forma de cuento, así no me comprometo a que alguien me rete a comprobar la veracidad de los hechos. Por ejemplo, notarán que en el relato se habla de un huracán en las costas de Honduras. En la versión oral mi mamá mencionaba que dicho meteoro se abatió sobre la nave frente a Panamá. Investigué sobre cual huracán podría haber sido el que se formó por esos tiempos y así supe que jamás ha azotado un fenómeno de éstos a dicha nación. Por cuestiones de clima y localización con respecto al Ecuador, los huracanes no llegan hasta allá, así que tuve que ubicarlo en Honduras, lo más cercano a Panamá. Y bien allá va, un poco más largo que los demás, mi noveno cuento.

UNA HISTORIA DE FAMILIA
1918. El puerto de Tampico, México, bullía en actividad. El cercano campo petrolero de Ébano y las minas de carbón del norte, así como su privilegiada situación geográfica en las costas del Golfo de México cercano al gran mercado de los Estados Unidos, habían hecho de éste lugar un área de oportunidades para hacer negocios, pero un mal sitio para vivir. Los servicios de la ciudad no iban acordes con el crecimiento poblacional que se había multiplicado por veinte en sólo 15 años. El vicio proliferaba, la violencia era el pan de cada día. No era un lugar apropiado para la familia.Alfonso había migrado desde la costa del Pacífico a ésta lejana tierra en busca de fortuna. No le fue del todo mal, sin embargo el abuso del alcohol había minado su economía y amenazaba con desestabilizar su matrimonio. En uno de sus ratos de lucidez había decidido volver a la tierra que lo vio nacer. Rita su joven esposa, y sus dos pequeñas hijas (junto con la criatura que ya moraba en el vientre de ésta) partirían con él hacia un destino más promisorio donde esperaban encontrar la paz y un clima social más adecuado para el desarrollo de la familia.Enterado de que atravesar a todo lo ancho el país resultaría sumamente peligroso dada la cantidad de bandidos y guerrilleros dueños de los caminos y del humo de los cañones revolucionarios, decidió embarcarse junto con su familia en un vapor carguero que, anclado en el puerto desde hacía varios días, estaba a punto de zarpar hacia las costas del Pacífico mexicano, cruzando por el canal de Panamá. Alfonso, consiguió por medio de un compañero de parranda entablar relación con uno de los oficiales del barco, quien les diera cabida como pasajeros a cambio de trabajar en la cocina del barco. El destino final, el puerto de Mazatlán y de ahí por vía terrestre, unos 400 Km. más hacia el norte, el destino de su nuevo hogar, La Villa de Ahome.El clima era agradable cuando el barco zarpó aquella mañana de Octubre. El trabajo en el barco no era muy pesado, ellos sólo estaban destinados a la cocina de los oficiales, había tiempo para el ocio. La primera escala fue en el Puerto de Veracruz, donde recogería carga y de ahí seguiría la ruta trazada hacia el Océano Pacífico. Alfonso bajó junto con unos marineros a tierra y de ahí se encaminó presuroso a apagar la sed inacabable que sentía. En el barco no faltaban oportunidades de beber, pero extrañaba el ambiente de cantina arrabalera como el encontrado a unos pasos del muelle. Poco a poco fue hundiéndose en un mar etílico que no parecía tener fondo. Rita, acostumbrada a sus excesos, no extrañó que esa noche no durmiera con ella, tampoco quiso verle al día siguiente cuando personal del barco introdujo a las bodegas una docena de marineros borrachos que, tratados como fardos, ordenara el Capitán su reclusión en los sótanos del buque para de inmediato levar anclas y partir con una mar espléndida.Alfonso emergió, sucio y desaliñado, entre unos montones de basura apilados cerca de los muelles. La fuerte resaca producto de sus libaciones lo hacían temblar, mientras un fuerte dolor de cabeza empezaba a insinuarse detrás de sus ojos. Caminó lentamente hacia el muelle y vio consternado el espacio vacío que dejara su embarcación. Unas personas le confirmaron el hecho, -hace más de 12 horas zarpó- le dijeron. El golpe que sintió en su cabeza ante tal situación lo hizo salir del sopor alcohólico que aún lo dominaba y haciendo una rápida evaluación de los hechos no le quedó más vía que trasladarse por tierra al destino final del barco, el puerto de Mazatlán, a unos 2500 Km. de ahí. Por fortuna, la red ferroviaria del país le permitía viajar hasta allá sin muchos contratiempos. Sólo tenía que tomar el tren de Veracruz a la Ciudad de México y ahí abordar el ferrocarril del Pacífico que lo llevaría directamente hasta Mazatlán, donde esperaría el arribo del barco que le devolvería a su familia.Una semana más y estaba frente a las altas olas del puerto de Mazatlán. Se había conservado sobrio durante el viaje. Necesitaba de todos sus sentidos para ir de trampa en el tren. En unos días llegaría su familia y todos felices. Con todo, sentía tanto optimismo hasta llegar a pensar que podría dominar el vicio del alcohol, trabajar y formar de nuevo un patrimonio.Acudía diariamente a la agencia marítima donde esperaba informes del buque. En ésa época ya se tenía información telegráfica de los puntos que iba tocando el barco en su largo recorrido. Mientras, trabajaba como cargador en los muelles esperando contar con una pequeña cantidad de dinero que le sería útil para el traslado al pueblo elegido, y así continuar su hasta ahora accidentada vida. No era una casualidad su elección. Allá vivían su hermana Alejandra y sus cuñados, bien relacionados con la gente importante del lugar.Un compañero de trabajo, enterado de su situación, le dió la terrible noticia -He pasado por la Agencia, dicen que tu barco se ha hundido-. Alfonso corrió a la oficina donde le confirmaron el hecho. A su paso por Honduras, un tardío huracán había tomado por sorpresa al barco y lo había hecho zozobrar. Sólo se salvaron dos marineros quienes aseguraron ser los únicos que habían logrado sobrevivir. Alfonso, aturdido, no podía articular palabra. Salió de ahí y encontró su viejo refugio: una botella de ron. Por varios días permaneció casi inconsciente repitiendo “ellos viven, sí, ellos viven” sin probar alimento. La policía lo llevó a la cárcel local acusándolo de vagancia. En los días que estuvo confinado, ya sin beber, pudo recobrar algo de su perdida razón. Decidió seguir con su antiguo plan, iría a la Villa de Ahome y ahí esperaría a su mujer y sus hijos. Se aferró a esa idea pues si cavilaba en la muerte entonces sucumbiría él.Su hermana Alejandra y su cuñado Doroteo lo recibieron con cariño y consideración, más aún al saber del suceso. Comprendieron que la gran tragedia lo había afectado tanto que estaba al borde de la locura. El único hilo que lo mantenía dentro de la cordura era el pensar que ellos vivían y cualquiera de ésos días irrumpirían por ahí. Entonces despertaría de éste mal sueño y emprenderían la vida que tanto habían planeado.
Logró subsistir a los estragos de la bebida por 15 largos años, en los que vivió como autómata, sin voluntad, alcoholizado. Su hermana viuda para entonces y sus sobrinos, suspiraron con alivio cuando éste cerró los ojos escapando del sufrimiento de su atormentada vida. Sin embargo, su tragedia fue un ejemplo para sus numerosos sobrinos, quienes se prometieron que por más duras que fueran las pruebas de la vida en contra de ellos, jamás se permitirían caer como el Tío Alfonso, haciendo frente a toda contingencia con valor, en toda circunstancia, y así lo cumplieron. Nunca se doblegaron ante nada.La familia creció y se multiplicó, con la historia de Tío Alfonso como relato anecdótico de generaciones, subsistiendo como el personaje que llenaba de sentimientos de compasión y de terror a niños y niñas. Llegó la edad universitaria y varios de ellos salieron a estudiar hacia las grandes capitales del país, a falta de buenas Universidades en el área.Una de ellas, Marisol, había cumplido su sueño, estar en una de las mejores escuelas del país, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) Aquí se conjuntaban no sólo los mejores cerebros del país, sino también el centro de estudios de las clases altas, empresariales, capitanes de industria, los que habrían de regir en el futuro los destinos del país.Instituido a semejanza del MIT (Massachusetts Institute of Technology), el Tec. De Monterrey, cómo era más conocido, había logrado un prestigio tal que de toda Latinoamérica llegaban estudiantes para buscar un grado en tan reconocida escuela. Era la década de los 80. La informática daba pasos acelerados y la ciencia junto con ella. Nuevas ideas de Democracia, de Liberalidad, de Tolerancia, estaban germinando y desarrollándose en la juventud, esta generación que tendría bajo su responsabilidad tomar las riendas del poder político, económico y social en el nuevo milenio.Marisol, a sus 18 años tenía todo lo necesario para figurar en la portada de una revista de modas: un cuerpo esbelto, largo cabello rubio, expresivos ojos azules y una gracia natural en su expresión, en sus modales, en su andar. Pero quién la conocía mejor quedaba subyugado por su carácter: franca, decidida, amable, tierna, sabía escuchar y en sus labios sólo había lugar para la opinión positiva, nunca para la mentira ni la calumnia. Con ésos atributos, no tardó en ser popular entre sus compañeros.Isabel había llegado de Panamá hasta esta escuela en forma accidental. En realidad quería inscribirse en una Universidad de los Estados Unidos, pero no pudo acreditar sus conocimientos del idioma Inglés. Alguien recomendó a su padre el Tec. de Monterrey y ahora estaba tratando de adaptarse al medio, - que al fin (pensaba) hablamos el mismo idioma-. Conoció a Marisol en una de las tres clases en las que coincidían, mientras formaban los grupos de trabajo para las investigaciones y tareas asignadas por los maestros, donde quedaron juntas.Eran de la misma estatura, Isabel de cabello castaño y ojos color miel y parecían adivinarse el pensamiento cada vez que una de ellas hablaba. No tardaron en salir juntas a las fiestas, a las reuniones, a los cafés. Se decían “hermanas”, Marisol primero un poco con burla, ya que Isabel le confió que su familia profesaba la fe de alguna de las muchas denominaciones cristianas. No tardaron en hacerse confidencias, primero sobre los novios y poco después sobre cuestiones familiares.Una noche ambas platicaban animadamente algunas cosas de su no muy lejana infancia - Marisol, ¿Está muy lejos Tampico? - No, en realidad está relativamente cerca de aquí… ¿Por qué? - Mi abuela mencionaba a veces ése nombre y ahora que estoy aquí sé que es un puerto mexicano. Mira, me da pena decírtelo, pero creo que ella estaba un poco loca…o no sé… - A ver, a ver, explícate. - Es que le daban así como ataques. Mi abuelo llegaba corriendo y nos sacaba de ahí, pero yo escuché muchas veces las cosas que decía… y también estaba lo que me decían las gentes de la finca… Hablaba mucho, muy rápido, pero yo logré entender varias cosas. Lloraba y lloraba, luego se quedaba seria viendo al infinito como una estatua. Al rato volvía a ser la de siempre, cariñosa, servicial, muy trabajadora. Tenía terror a los barcos, jamás se subiría a uno de ellos.- Isabel, no te entiendo nada. - Mira, hay una historia oculta en todo esto. Dicen que ella y sus hijos sobrevivieron a un naufragio, entre ellos mi papá de quién venía embarazada y que fue arrojada por el mar después de una marejada. Eso platicaban los trabajadores de la finca cafetalera de mi abuelo, para ese entonces un hombre mayor y viudo, quien recogiera a mi abuela y después se casara con ella. Mi abuela no recordaba nada de lo que le había pasado, ni siquiera su nombre. Él le puso otro nombre, Isabel, de ahí mi nombre. Mi papá se llama Alfonso, pues dicen que ella lo repetía mientras estaba naciendo aún sin conocer el sexo del bebé… -¡Espera! ¡Espera!- le dijo acaloradamente Marisol -¿Qué te pasa? - ¡Espera! Voy a hacer una llamada…Marisol tomó el teléfono y agitadamente habló con su padre. Le preguntó varias cosas, hizo anotaciones en un cuaderno. Terminó la conversación. –Enseguida te hablo papá… Volvió la cara hacia Isabel. -Tampico, Alfonso, Veracruz, Naufragio, Mazatlán, Ahome… -¡Marisol! Todo eso decía mi abuela ¿Cómo lo sabes? -Déjame hablar, Isabel. Tengo muchas cosas que platicarte…Cuando terminó de hablar Marisol, Isabel le dijo: -Entonces tu y yo somos… -Bien Isabel ¡Tú eres mi tía! ¿Entiendes? ¡Mi Tía! Tu papá es primo hermano de mi abuelo. ¿Ves que cerca estamos? ¡Por eso nos parecemos! El destino en una extraña casualidad, nos ha unido, Dios lo ha dispuesto así ¿Lo ves?No hallaron mejor forma de celebrarlo ese fin de semana, que acudiendo a los servicios religiosos. El sábado Isabel fue la anfitriona de Marisol y el domingo Marisol llevó a misa a su nueva tía. El resto del día departieron alegres, bromeando, forjando designios para el futuro y prometiéndose mutuamente que si la distancia las separaba, estarían unidas alma con alma para jamás dejar que naufragio alguno las separara.

FIN
Esta historia la inicié pensando en ser completamente fiel a los acontecimientos y creí haberlo logrado. Sin embargo, al leerlo mi madre (88 años) hizo varias observaciones: “Hijo, dibujas al Tío Alfonso como un hombre completamente dependiente del alcohol, lo cual es exagerado, mi Tío era un hombre extremadamente inteligente, instruido. Era un calificado mecanógrafo, que en ésa época era algo así como ser experto en computación. Tenía una excelente caligrafía la cual era motivo de admiración en quienes lo conocían. El trabajaba y si bien era taciturno y bebedor, por lo demás se veía un hombre bastante normal. Además, dices que el barco lo dejó en Veracruz, cuando yo sé que el envió a su familia en barco y luego viajó por tierra a Mazatlán, para no exponerlos a los peligros del camino. Por otro lado, la persona que se hizo cargo de mi tía allá en Panamá fue el propio capitán, quien había rescatado a ella y a sus hijas llevándolas en un acto heroico en una balsa a la costa. Ella padecía de amnesia. Luego la tomó a su cargo como ama de llaves…” Bien, al conocer todo esto, traté de cambiar la historia, pero enseguida recapacité y decidí dejar todo tal como lo escribí originalmente. Sin duda, el Tío Alfonso no sale bien parado en la historia, pero algo lo reivindico al dar cabida a los positivos comentarios de mi madre, (la única persona aún existente, que lo conoció). Lo del Capitán, me parece extraño. Si ella no sabía quién era, él sí lo sabía, al menos en dónde había abordado, así que mejor dejamos así las cosas, que me parece demasiado romántico el cuento del Capitán. Y lo de enviar a su familia sola por barco… me parecería muy difícil que alguien decidiera eso, dejar que su familia viaje sola, cuando aún en éstos tiempos es difícil que ocurra. Conozco muy bien a quien me trajo al mundo y sé de su mente novelesca. Por lo tanto, la historia queda tal cual y no me preocuparé más por éstos detalles.

jueves, 12 de marzo de 2009

Ocho, con una Anécdota

El buen sazón de las historias lo proporciona la anécdota. La Historia relata los hechos fríos, sin ánimo de entretener, de hacer agradable al lector los sucesos expuestos. A veces sabemos cuándo fue una batalla, cuántos murieron , dónde se efectuó, pero probablemente jamás nos enteremos que en el fondo, el rey atacante en realidad quería anexarse el reino vecino porque estaba enamorado de la princesa, la cual había sido comprometida por su padre con el conde X, ni sabemos que la celosa reina era tuerta y que finalmente dio cuenta de su marido envenenando su vino. Eso lo sabemos por medio de la anécdota y por ser como es, no se rige por los mismos principios de la historia, más rigurosos, menos retóricos.
Junto a mis cuentos, iré coleccionando anécdotas, propias y ajenas, tratando de que sean amenas e interesantes para quien se tome el trabajo de leerlas. Por lo pronto, tengo ésta, que se refiere a un relato que me hacía mi abuela paterna, Claudia, de las peripecias que tuvo en su noche de bodas.
UNA NOCHE DE BODAS
Mi abuela paterna me contaba una anécdota sobre su luna de miel. Mis abuelos se casaron en 1913, cuando México se encontraba inmerso en la lucha revolucionaria. Tomaron el tren para viajar hacia los Estados Unidos como viaje de bodas, pero cuando recorrían el bello Desierto de Sonora, fueron atacados por una horda de indios yaquis, primos hermanos de los apaches, que aún viven al noroeste del pais. Antes de que los indios pudieran matar a alguien, llegó una patrulla militar revolucionaria que dispersó e hizo huir a los asaltantes. Mi abuelo, que era coronel del ejército revolucionario se dió a conocer con los salvadores, quienes trasladaron a los recién casados al campamento, ya que el tren había quedado inutilizado e iban a ser necesarios varios dias para repararlo. Cuando llegaron a la improvisada base militar, mis abuelos fueron recibidos por el Jefe, el General Roberto Cruz, quien llevaba una buena relación amistosa con mi abuelo. Amablemente les ofreció su carpa para que pasaran ahí su noche de bodas. La cama era de aquellas antiguas con cabecera de tubos de latón, el piso estaba alfombrado sobre la arena y había las comodidades necesarias para el aseo personal. Lo que olvidó el General, fué advertirles que tenía como mascota a un búho que lo seguía por todas partes y acostumbraba dormir sobre el tubo de latón, al pie de la cama. En la noche, cuando reinaba la calma en todo el campamento, el búho llegó de sus correrías y tomó su lugar acostumbrado para dormir, pero la luz de la luna dió sobre un adorno de diamantes que mi abuela se había dejado en el cuello. El búho se abalanzó sobre el reflejo y mi abuela dió el grito de su vida. Mi abuelo despertó y entre las sombras vió un animal terrible al cual tomó, le retorció el cuello y encima le asestó tres balazos de su Colt 45. Se hizo un gran escándalo en el campamento. Soldados corriendo a sus posiciones y el General en ropa interior, de aquellos calzones largos que hoy sólo se ven en las películas del viejo oeste, irrumpiendo junto con oficiales y soldados en su carpa, que aquella noche se había convertido en cámara nupcial. La escena que contemplaron al entrar fué a mi abuela horrorizada tapada con una sábana y mi abuelo, de pie, con su pistola humeante aún y también en ropa interior contemplando a sus pies a la mascota del General que ya había pasado a mejor vida.El General, al ver a su animalito muerto, montó en cólera e increpó a mi abuelo, quien le reclamó el dejar suelto a semejante animal. se fueron calentando los ánimos hasta que quedaron apuntándose mutuamente con las armas ante los oficiales, los soldados y mi abuela casi muerta de miedo. Al fin, se enfriaron los ánimos, regresó la cordura y al contemplarse en ésa situación no pudieron menos que reir a carcajadas y pedirse mutuas disculpas. El General se retiró de la habitación no sin antes despedirse galantemente de mi abuela deshaciéndose en disculpas y mi abuelo regresó a la cama a terminar la larga y accidentada noche.Los dos vivieron para ver el triunfo de su causa y contemplar la creación del México moderno. Sólo mi abuelo no llegó a viejo. Murió por una embolia a los 60 años. Nosotros sus nietos, no llegamos a conocerlo. Pero ironías del destino, El General Cruz terminadas sus luchas y vida política, que también la tuvo, vivía en nuestro mismo pueblo, a unas casas de la mía. A diario lo veía pasar con el gesto adusto con su chofer, su sombrero Stetson, su bastón y su Colt 45 colgada a la cintura. De su nivel, fué el militar más longevo de la Revolución. Vivió hasta los 102 años.

miércoles, 11 de marzo de 2009

El Séptimo

EL MENDIGO
A lo lejos observé la luz verde del semáforo y pensé que como siempre, la Ley de Murphy se cumpliría: "Mientras más prisa lleves, más lento será el tráfico". Así fué. Sólo estaban por delante dos automóviles y por supuesto, tenía que sucederme. Casi en mi ventana, convenientemente situado, quedó el limosnero propietario de esa esquina. Recordé un consejo dado por un experto: "No hagas contacto visual con ellos, pues éso equivale a un contrato, a una promesa formal que lamentarás no cumplir". Mi mente viajó hacia Albert Einstein, quien nos hizo ver que el tiempo es relativo y así la luz roja podría permanecer inmóvil hasta el fin del universo. Sentía su mirada buscando la mía, exigiendo su limosna. No era de ésos mendigos implorantes, no, éste era peor. Sus piernas como trapos ¿sería la poliomielitis? lo mantenían postrado en el suelo caliente y polvoriento. El sol daba a plomo sobre su cabeza descubierta. Un rictus en su cara le daba una forma de sonrisa sardónica que denotaba además de su defecto físico, un evidente extravío mental. Y mientras yo, tan sano, exitoso, con la vida resuelta negándole unas monedas a tan miserable pordiosero. Yo sabía que las autoridades habían querido retirarlo del lugar y llevarlo a una institución apropiada, pero sus parientes se negaron, claro, él era la fuente de ingresos de toda su holgazana familia. Gente altruista le había regalado varias sillas de ruedas, mismas que eran vendidas por sus familiares, ya que despertaba más compasión si estaba sentado en el suelo. La gente de poca educación caía de inmediato en sus redes. Había quién pasaba deliberadamente por ésa esquina a dar su aportación y se iban tan orondos y satisfechos pues la obra de caridad había borrado sus pecados. Eso no debía ocurrirme a mí, dueño de mi cerebro, de mi voluntad. No, debo ser fuerte pero mi fortaleza necesita estar fincada en una frialdad absoluta, no dejar que penetren en mi los sentimientos. ¡Maldito limosnero! me has agriado el día. Sé que en el fondo de mi pensamiento andará revoloteando el remordimiento. Pero si le doy una moneda me sentiré aún peor. Lo que debo hacer es pasar por la otra calle, pero que estoy diciendo, si por allá está la anciana parapléjica. Hace tiempo, harto de todo ésto, decidí mudarme a otra ciudad. Cuando fuí a reconocer el área observé horrorizado el comité de recepción que me esperaba: Ciegos, mancos, seres cubiertos de llagas. No puedo estar en paz ni en mi propia casa. Mi correo electrónico escupe cadenas de gente que se está muriendo de cáncer y necesita el reenvío a 12 direcciones. Retiro mi sueldo en el cajero automático y aparece en la pantalla una solicitud para aportar a un fondo de becas, a un hospital, al orfanatorio. A la salida, unos niños que realizan una colecta para la Cruz Roja. ¡Dios! Esta es una nación de pedigüeños. Los sidosos, los maestros, los viejos, los niños, los estudiantes, todos, todos le piden, le exigen al gobierno una ayuda, mientras yo, el ciudadano que pago mis impuestos ¿Quién me ayuda?. ¡Vaya! Por fin el semáforo ha cambiado a verde de nuevo. Fugazmente volteo a ver al limosnero y ... ahí estaba su mirada. La sentí como lanzas en mis ojos. Me dejó una gran angustia. Y pensar que aún me faltan ocho esquinas como ésta, cada una con su mendigo, con la exigencia de su mirada...

martes, 10 de marzo de 2009

El Sexto

Quisiera que no fuera un cuento, pero lo es.

Y NOS DIERON LAS DIEZ...
Joaquín: Hace tiempo deseaba escribirte. Tengo tantas cosas que contar. Seguro recuerdas aquella borrachera, pero cómo no, si todo lo que te relaté entonces lo consignaste tal cual en tu famosa canción. La fama para tí, claro, y yo quedo relegado al olvido puesto que tu canción la escribiste en primera persona, como si hubieras sido tú el de la aventura, já já, hasta te atreviste a mentir con éso de que "empecé esta canción en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa..." já já . Joaquín, eres un excelente compositor, un cantante regular y hasta donde sé, un pésimo amante, como la mayoría de tu medio, por éso tienen tantos divorcios. Quien cantó al piano del amanecer fuí yo, así te lo dije. Tú mismo lo reconociste ésa noche, cuando me escuchaste cantar: "con ésa voz, hermano, podrías llegar muy alto si fueras profesional". Pues bien, no puedo negar que al conocer tu canción pasé por una mezcla de sentimientos, predominando el enfado y la envidia, aún más pensando en la plata obtenida con el relato musical de mi amorío. Pero el destino, bendito sea, pone a cada quién en su justo camino. Dos años después de los hechos, cuando tu tema sonaba a todo lo alto, volví al pueblo y comprendí mi error. Una calle muy parecida a la del bar, de hecho la siguiente, era donde estaba la sucursal del Banco Hispano Americano. De ahí fué fácil llegar al bar de mis amores y... la ví, linda, hermosa, y más cuando me sonrió y más cuando me riñó por haberla abandonado. Desde ése momento no me he separado de ella. La hice mi esposa y hoy está más guapa que antes, más aún en su importante actividad actual y créeme Joaquín, y créanlo todos, se sorprenderían si supieran quién es ella. Sólo les diré que todos en España y en el Mundo la conocen ¿No se imaginan quién es?

lunes, 9 de marzo de 2009

Otro Cuento, el Quinto

CONDENADO A MUERTE
Salí de la reunión mensual con mis veteranos compañeros de armas. Todos nos habíamos retirado de la vida activa con el grado de Coronel y no nos cansábamos de repetir las mismas anécdotas de preferencia las más graciosas. Alguien lanzó la pregunta: ¿Quién de ustedes ha matado a alguien? Curiosamente, ninguno de los quince experimentados militares habia tenido ésa experiencia, es decir, matar personalmente a alguien. Eso era para los soldados de bajo rango. Nosotros sólo transmitíamos las órdenes que nos daban nuestros superiores. Por otro lado, no tuvimos la experiencia de la guerra. Alguna pequeña incursión contra rebeldes o traficantes, pero nada más que eso.Subí al automóvil y automáticamente hice lo de siempre: Retiré la pistola que llevaba fajada bajo el cinturón, al lado derecho. La coloqué sobre el asiento. El bulto del arma me estorbaba para conducir y por eso prefería colocarla al lado. No tenía obligación de usarla, pero se había hecho una costumbre tenerla siempre a mi alcance. La noche era cerrada y no pude ver a tiempo al individuo que se acercó a la puerta antes de cerrarla. ¡A un lado! gritó, al tiempo que hundía el cañon de una pistola en mis costillas. Yo no tuve más que deslizarme al asiento derecho, pero mi mano ya empuñaba el arma, una Colt M1911 calibre 45. Inmediatamente evalué la situación: Es un asaltante novato, por lo tanto, más peligroso pues sus nervios lo podrían llevar a hacer locuras. Su pistola es de calibre 22, sin embargo a la distancia que se encontraba de mi cuerpo podría ser mortal. El no puede conocer su arma mejor de lo que yo conozco la mia y lo más importante, el factor sorpresa estaba de mi lado, además de la sangre fría que poseo dada mi formación castrense. Nunca me pasó por la mente rendirme ante él, no. Sería un deshonor que un mozalbete desarmara a un militar y encima Coronel del Glorioso Ejército de la República. Tampoco podría dejarme robar mi vehículo. Tal vez podria negociar con él dándole algo de dinero, pero...¿Aceptaría? Lo intentaré, pensé. -Mira muchacho... ¡Cállese la boca viejo idiota porque lo mato! -contestó con fiereza el tipo, al tiempo que apretó más la punta de su pistola en mi cuerpo ocasionándome dolor. Inmediatamente imaginé que más adelante pudiera estar algún cómplice esperándolo y entonces cambiaría el balance que en ese momento estaba a mi favor. El sujeto no sólo me estaba asaltando, me estaba secuestrando y además amenazaba mi vida. Entonces decidí que no quedaba más remedio que matarlo. ¿Cuándo? en el momento más oportuno e inmediato. En el primer cruce de calles donde deba parar el vehículo. Por mi mente pasaron como una exhalación las imágenes de mis maestros de la Escuela Militar. "El enemigo ya está juzgado y sentenciado a muerte. Pero deberás perdonar su vida si se rinde". Imaginé a la madre de éste pobre diablo. El debía ser soltero. Estaba muy joven para tener hijos, Probablemente la sociedad lo orilló a ésto. No tuvo las oportunidades que otros tienen. Ya rehabilitado puede ser útil a la humanidad. Yo no puedo ser juez y decretar su muerte. Pero también pensé en mi familia. Mi esposa, mis nietos, mi honor militar. Esta gentuza no debe vivir. Son un estorbo a las gentes honestas, a la humanidad. No tienen remedio. Aún a su familia no le hará falta. Así escarmentarán otros ladrones. Por dentro mi cabeza giraba y mi mano derecha empezó a sudar. ¡Tienes que hacerlo! me decia un voz ¡Asesino! me decía otra. Un gran camión que iba por delante de nosotros se detuvo ante la luz roja del semáforo y otros dos vehiculos se colocaron a nuestro costado. ¡Ahora! me gritó una voz interior con grave e imperativo acento militar. El orificio en la cabeza del asaltante me pareció suficiente para dar cabida al palo de una escoba. Un pensamiento tonto pasó por mi mente "Es bueno que la ventanilla estuviera abierta, asi no se quebró con la bala que salió por el parietal izquierdo del tipo".

domingo, 8 de marzo de 2009

El Cuarto Cuento

Nuestra vida matrimonial se ha vuelto una rutina. Es la queja que siempre he escuchado. Conozco parejas que salen a fiestas, van de viaje, a cenar, a la playa, hasta que se dan cuenta que aún así su relación se ha convertido en rutinaria. Luego vendrá el tedio, las desavenencias y lo que resulte. Hace tiempo escuché a alguien decir que en una pareja siempre debe haber alguien inteligente. Pueden alternarse, no necesariamente debe ser el mismo. Pueden ser los dos, lo que sería perfecto. pero siempre alguien inteligente. Con ello, jamás tendrán problemas. Cuando alguien pierda los estribos, el otro controlará la situación y llevará a buen puerto el barco. Hay otras personas que resuelven a su modo las cosas, pero sin duda, la primera señal del desamor es la rutina. Pensando en éso se me ocurrió escribir ésto, tratando de ejemplificar una situación parecida.

SÍNDROME DE ESTOCOLMO
Desde el fondo de su ser sintió una ¿explosión? más bien fué implosión, sí, fué de afuera hacia dentro, luego unas ondas recorrieron su médula espinal hasta la parte baja de su cerebro, regresaron con un estremecimiento arqueando su espalda, viajando a la velocidad de la luz y al mismo tiempo con una lentitud desesperante hasta los confines de sus extremidades pasando de una célula a otra de su piel, cubriéndola de un campo magnético. Sus manos arañaban el aire, estrujaban las burdas sábanas de algodón. La respiración se cortó bruscamente y parecía no volver nunca. Una sensación deliciosa indescriptible y luego la vergüenza, el estupor, la rabia, el deseo, la confusión y quién sabe cuantas cosas más pasaron por su mente. Sintió cómo su cuerpo se dividía y una parte de él se elevó observándose claramente en la densa oscuridad. Era la mujer más feliz del mundo, la más confundida,la más enamorada. El estaba aún encima de ella, no parecía tener prisa en retirarse. Su jadeo se había reducido y sólo profería una especie de ronroneo.Por fin él pudo retirarse de ése cuerpo que tanto le incitaba, que lo había enloquecido hasta llegar a éste extremo de... ¿depravación? ¿locura? ¿deseo, amor? no, no quería pensarlo, no quería volver al mundo real. Veinte años de casado. Más de diez alejado de ella, poco a poco, sin sentirlo el deseo se fué enfriando, hasta que se le ocurrió y funcionó, pero estaba temeroso del futuro. No podría volver a ser el de antes, porque estaría todo perdido. Salió de la habitación, pasó su mano por la poblada barba pensando que ése disfraz, otro perfume, un cambio en su voz a manera de susurro ocultaría su identidad. Al parecer había funcionado. llegó a su habitación. La luz lastimaba sus ojos, que habían permanecido unas horas en oscuridad completa. Tomó el libro de su buró y volvió a leer lo que había ocasionado todo. "Síndrome de Estocolmo.- Respuesta emocional que puede manifestar el secuestrado o plagiado a raíz de la vulnerabilidad y extrema indefensión que produce el cautiverio. Cuando alguien es secuestrado y permanece por tiempo indefinido en compañia de sus captores puede desarrollar lazos afectivos hacia ellos." Cerró el libro, abandonándose a sus pensamientos. ¿Cuánto tiempo tendré a mi propia esposa en cautiverio? No podia, no quería saber la respuesta.

sábado, 7 de marzo de 2009

Mi Tercer Cuento

Envuelto en los recuerdos de mi pasado, borroso cual lo lejos del horizonte, guardo... sirva éste fragmento de la poesía "Sembrando" de Don Marcos Rafael Blanco Belmonte para narrarles un suceso que en aquella infancia me impresionó en gran manera: Hubo un choque en la esquina de mi casa. Un pequeño escarabajo Vokswagen fue embestido por una vieja y pesada camioneta de carga. La conductora del automóvil resultó ser una joven señora conocida de mi familia. Ella salió despedida por fortuna, ya que inmediatamente hubo una explosión y el auto comenzó a arder. Cuando volvió del breve desmayo, se escucharon unos gritos espantosos: ¡Mi Hijo, Mi Hijo! Se armó un escándalo. Venía gente corriendo de todos lados y en ése momento salió mi madre, protectora, a meterme a la casa. Durante mucho tiempo se habló del accidente y sus escenas quedaron en mi memoria. De ésos recuerdos tomé los hechos para mi tercer cuento.

EL OLVIDO MILAGROSO
Pisó tres veces el pedal del acelerador para poder arrancar el motor de su Volkswagen sedán. -¿Cuántas veces más tendré que decirle a mi marido que lleve éste auto al mecánico? -Pensó un poco desesperada. Repasó su lista de compras mentalmente. -"Un paquete de galletas saladas, un frasco de mayonesa, una botella grande de Coca-Cola y unas servilletas de papel". -"En cinco minutos estaré de vuelta. Eduardo no tardará en llegar a comer". Tomó la primera calle a la izquierda, imprimió velocidad al pequeño vehiculo, rebasando a una torpe camioneta de reparto estacionada en doble fila y continuó su camino al almacén, a tres calles de distancia. Al llegar al segundo cruce, un auto deportivo se atravesó a su paso. Laura lo esquivó sin reducir su veloz marcha, sin embargo, un pesado camión de carga que circulaba por el carril contrario tapaba la circulación completamente por ésa vía. El vetusto Vokswagen golpeó con fuerza el neumático delantero del camión, pareció que rebotaba y en un movimiento de camara lenta retrocedió volcándose al mismo tiempo y dando varias vueltas de campana hasta quedar con las ruedas hacia arriba, maltrecho, junto a un auto estacionado cerca de la esquina. Laura salió despedida del vehiculo en las primeras vueltas. No llevaba ajustado su cinturón de seguridad. Cayó sobre el pavimento quedando inconciente. Varias personas acudieron presurosas. Alguien gritó: ¡No la muevan, llamen a una ambulancia! En eso estaban, cuando una explosión retumbó como un bombazo. El Volkswagen había derramado el combustible de su tanque y alguna chispa provocó la explosión. El auto vecino quedó envuelto en las llamas y en un momento se oyó otro ensordecedor estruendo. Ellos no corrian peligro, estaban a una razonable distancia. Laura recobró la conciencia y atontada se dió cuenta de la situación. Su grito resonó por encima de todos los ruidos. ¡Mi hijo, mi hijo! exclamaba. Una señora le preguntó: ¡Donde lo traía! ¡Atrás, en el asiento, en su portabebé!, gimió desesperada. No había nada que hacer. Las llamas invadían todo, nadie se podía acercar. Llegaron los bomberos al mismo tiempo que la ambulancia recogía a Laura del piso, que gritaba desaforada. Le inyectaron en su brazo un tranquilizante y aún así siguió sollozando. Eduardo llegó en el instante que el jefe de bomberos se acercaba con una pieza de alambre en su mano. -disculpe, ésto es todo lo que hemos podido rescatar del portabebé. No hay ninguna seña de él. Eduardo, llorando desesperado clamaba: -¡Tenía tres meses de edad! -Lo siento mucho, -dijo el jefe. -A ésa edad los bebés aún no tienen los huesos formados, es por eso que no quedó ningún vestigio. -Lo siento. -Repitió.Laura fué llevada a un hospital cercano. Eduardo la acompañó. Todo sucedió a las doce, al mediodía. A las cinco de la tarde, el médico la dió de alta. -La hemos revisado bien, Señor. Su esposa no sufrió ningún daño físico. Mañana probablemente amanezca bastante dolorida, es normal en éstos casos. Le recetaré un analgésico. Lo que sí es de cuidado es el trauma sicológico por la pérdida de su hijo. Sé como debe sentirse usted, pero ella necesita ahora de toda su atención. Le aconsejo que la señora reciba ayuda sicológica. -Era nuestro único hijo, Doctor, verá, nosotros somos recién casados y no tiene idea de cuanto la amo y cuanto hemos amado a nuestro bebé. -Lo comprendo -Dijo el doctor. -Por éso, por ella, debe usted ser muy fuerte, necesitará mucho de usted. Ya puede llevársela. Si se alteran mucho sus nervios, déle una pastilla, pero trate de racionarlas lo más posible.Llegaron a la casa. Ella bajó como una autómata y nunca se imaginó que los lloriqueos que escuchaba no vinieran de otro lugar que no fuera el interior de su cerebro. El sí escuchó claramente y nervioso, abrió la puerta, se metió precipitadamente y regresó con su bebé en los brazos todavia gimoteando. -¡Laura! ¡Estaba en la cuna, mi amor! ¡Lo dejaste para ir a la tienda, luego con el golpe se te olvidó y pensaste que si lo llevabas! -Ella gritó, sintió desfallecer. Antes de entrar al desmayo, balbuceó -¡Si lo llevaba! ¡Lo recuerdo! ¡La Virgen, Dios, EL Cielo me lo ha regresado!Hasta la fecha, el niño, Vinicio, tiene veintidós años. Ella lo llama "Mi Milagro" nadie podrá convencerla de que no lo llevaba al almacén. Para su marido, no es mas que un afortunado olvido que hizo volver a la vida a los tres.

viernes, 6 de marzo de 2009

Mi segundo cuento

Los primeros cuentos que leí en mi vida, fueron casi al aprender a leer. Mi papá me regaló una colección de cuentos entre los que venían "El gato con botas", "Caperucita", "Hansel y Gretel" y muchos más. Eran de hojas gruesas y de letra muy grande (Nunca entendí por qué los adultos piensan que los niños son semi-ciegos como ellos e imprimen sus lecturas en letras de tamaño gigante o también les hablan en voz muy alta, como si fueran sordos). En la mayoría de ésos cuentos los animales hablan no sólo entre ellos, lo que tiene bastante lógica, sino que se comunican también con los humanos, como el Lobo con Caperucita. Después, ya adulto entendí que era de lo más normal que los animales hablaran, cuando escuché por primera vez a los políticos. El siguiente cuento que escribí lo hice para divertirme un poco. Realmente no me gusta demasiado, pero hay personas que me quieren mucho que si les ha gustado. El juicio se los dejo a ustedes.

LA FRAGANCIA DEL AMOR
Sí, ése es el puente donde la vió por última vez, caminando con paso lento y acompasado, el vaivén de sus caderas, su pelo castaño y la fragancia que dejaba tras de sí. Era el recuerdo que tenía de ella. Su timidez no le permitió acercarse, además iba acompañada y no era cosa de dejarse lastimar por ése grandulón, siendo tan débil. Ahora las cosas habían cambiado. El ejercicio, la buena alimentación y algunos años más le habían dado una buena figura, fuerte y decidida. Hacía varios días que la esperaba en vano, pero no se rendiría fácilmente. Cruzó el puente observando con cuidado en todas direcciones. El registro que su cerebro había hecho de áquel aroma embriagador pareció activarse. Cerró los ojos levemente y aspiró con fruición. Una fuerza desconocida parecía conducirlo en volandas, esquivó unos autos que raudos pasaban por la ancha avenida hacia el norte y se sumergió entre el mar de gente que caminaba en dirección contraria a él, hacia sus trabajos. Sólo él iba en pos del amor, de su propia naturaleza que exigía apagar el fuego de una pasión que incontrolable surgía del centro de su cuerpo flexible y vigoroso. El olor de la comida de los puestos callejeros se mezclaba con el del humo de los autos. La obsesión por contemplarla, por estar cerca de ella, por hacerla suya era todo lo que ocupaba su pensamiento. No, no quería ni pensar que fuera de otro. Desesperado, cambió de acera, imprimió velocidad a su paso hasta casi llegar a una carrera. La calle desembocaba en el Parque Central y hacia allá se dirigió con cierta precipitación. Su corazón latía agitado por la emoción del cercano encuentro y por su veloz caminata. Pensó que no podía estar lejos, algo se lo advertía. Las aletas de su nariz aspiraron el aroma que invadía el área central del parque. Rodeó un monumento de cantera y ...ahí estaba, bajo el árbol de grandes flores perfumadas. No estaba sola, éso el ya lo suponía. Estaba áquel viejo Dálmata del barrio de abajo, el peludo Collie de la casa junto a la iglesia, el acicalado French de la viuda y un Doberman desconocido cubierto de cicatrices rodeando a su pequeña Cocker, todos disputándose silenciosamente sus favores, pero él estaba seguro que sería el elegido, lo había sentido en su perfume que había seguido con tanta ansiedad por medio pueblo y ahora estaba fuerte y preparado para defender lo suyo. Ya estaba listo, ya era un adulto.

jueves, 5 de marzo de 2009

Mi Primer Cuento

Esa noche de Noviembre del 2005, Gustavo, mi hermano el mayor, había sucumbido al fín a la diabetes que lo aquejaba desde hacía años. Me escabullí del velatorio para descansar un rato. No pude hacerlo. Encendí entonces la computadora, entré a todos mis sitios y no encontré nada que despejara mi cabeza revuelta por mil pensamientos. Algo me impulsó a abrir el programa Words y tímidamente empecé a escribir. Siempre había sentido temor a la crítica, pero ésta vez me dije que debía enfrentarla y las palabras me salieron fluidas. No sé en que parte del cerebro traía la loca historia del cuento, pero la pasé a las letras y la inserté en mi Foro de Literatura. No me atreví a hacerlo en un sitio más especializado, donde se presentan semiprofesionales y no simples amateurs. Mis lectores fueron extremadamente benignos en sus opiniones. Desde entonces escribo lo que me viene a la cabeza, sabiendo que es perfectible y algún día, cuando aprenda a escribir, remodelaré lo escrito como quien remoza una casa. Por fortuna aún no pasa al papel y mientras tanto, podré editar mis cuentos cuantas veces quiera. O los dejaré igual, en recuerdo de los tiempos idos. Por lo pronto, les presento mi primera pretendida producción literaria, la de ésa noche fúnebre, un cuento muy corto titulado:

VIOLACIÓN EN EL BANCO

Todos, aún sus amigas admiraban sus piernas. Por eso le gustaba mostrarlas. En ésta ocasión lucía su minifalda más breve, su blusa entallada, escotada y de proporciones minúsculas, dejaba ver una generosa porción de abdomen plano y sin imperfecciones, mientras sus senos amenazaban con saltar por encima del escote. Los clientes del banco, absortos con tal visión, no se dieron cuenta del raro movimiento que se desplegaba en abanico por todo el recinto. Sólo cuando el hombre enmascarado gritó: ¡no se mueva nadie! se dieron cuenta que estaban siendo atracados. La chica dió un pequeño grito histérico y corrió hacia la entrada. El hombre la atrapó, la llevó arrastrando hasta el área más despejada, al centro donde convergían las miradas de los asustados clientes matutinos. Ella se resistía y el hombre se afanaba en contenerla. La pequeña falda se elevó dejando ver la pequeñísima braga que sólo cubría el triángulo de su pubis. El bandido no pudo menos que observar las carnes ofrecidas a su vista y nerviosamente recorrió con sus manos la figura curvilínea que se revolvía entre sus manos. La bofetada propinada por la mujer no hizo sino exacerbar aún más al ya excitado sujeto. La dobló boca abajo sobre un escritorio, hizo pedazos la minibraga de un tirón y penetró a la joven desde atrás mientras ella sollozaba con ahogados gemidos. Todo pasó en un suspiro. la gente boquiabierta observaba acobardada el sometimiento a que era obligada la chica. La alarma sonaba estridente y los hombres armados se acercaron al violador, quién parecía ser su jefe. ¡Vamos, ya no hay tiempo! gritaron los facinerosos y salieron atropelladamente llevándose a la chica que pedía suplicante su liberación. Abordaron dos autos. El tipo alto, el violador, se fué solo. A varias cuadras del banco, estacionó su vehículo, se acomodó en el asiento y esperó un momento. No tardó en llegar. Entró rápidamente y mimosa, se acercó al hombre dándole un cálido beso. Sus largas piernas asomaban hermosas de su mini. El acarició sus muslos. ¡Estuviste fabuloso esta vez, cariño! -le dijo la joven. -Mi amor -respondió él. -Creo que hemos ido demasiado lejos para satisfacer tus fantasias sexuales. ¿No crees que deberías consultar un terapeuta?

miércoles, 4 de marzo de 2009

Contando mis cuentos

En algún lugar leí que sólo 4 de cada 10 conservan por más de un año el Blog que crearon con la idea de prevalecer por mucho tiempo. Recuerdo que de niño intenté escribir un diario, probablemente influenciado por aquél bonito libro de lectura "Corazón" diario de un niño, Por Edmundo de Amicis. El diario no sobrevivió una semana a mi rutinaria vida. Primero, porque juzgué que mi vida era tan parecida de un día a otro, que no había nada que narrar. La otra, la secreta razón, fue que no podía decir mentiras. Mejor dicho, no debía ocultar nada si en verdad era honesto y me hubiera llenado de vergüenza que mi diario, aún siendo íntimo, sólo para mis ojos, fuera a parar algún día a otras manos y llegaran a enterarse de mis asuntos privados. En aquellos lejanos tiempos de mis primeros estudios, la escuela donde asistía era de padres maristas. Cada viernes primero del mes, debíamos confesar nuestro pecados para luego comulgar más limpios que mi actual cuenta de ahorros. No sé que pecados pueda tener un niño de 10 años, pero igual nos confesaban.

-"Dime tus pecados"
-Reñí con mi hermano
-¿Qué más?
-Insulté a uno de mis compañeros.
-¿Qué le dijiste?
-Algo de su mamá...
-¿Otro pecado?
-Tomé una Pepsi de la tienda sin pagarla.
-Mi hermano quebró un vidrio del salón de tercero...
-Mi hermano se agarró a golpes con...
-Mi hermano no obedece a mi mamá
-Mi hermano... -
Está bien, está bien...
-Y tú...¿No has hecho picardías?
¡Por fin! lo que temía, salió.
-Ssí... Dije avergonzado.
-¿Sólo o acompañado?
-Ssólo...

Hasta entonces yo no sabía ésas cosas de la masturbación, pero había escuchado a mi hermano y sus amigos cuando hablaban maliciosamente de "tocársela" (para decirlo en la forma más suave). Como yo necesariamente tenía que "tocármela" aunque sea un poquito al hacer pis ó al bañarme, pues eso constituía, según las estrictas reglas de moral que me había impuesto, un pecado de los más graves. Por fortuna el Padre me lo perdonaba y me iba tranquilo, con el alma limpia, libre de pecado. Era demasiado para un pequeño de diez años. Sólo un día del mes estaba limpio y el resto era un niño sucio y pecador. Entonces, ¿Cómo iba a tener un diario en ésas condiciones? Si todos los días pecaba, era mejor no enterar a nadie a través de mi diario. Pero la Providencia tiene un premio para los niños buenos. Mi mamá me enviaba a comprar cosas a la tienda y yo lo hacía con mucho gusto, a diferencia de mis hermanos, uno que me antecede con 4 años y otro que me precede con 4 años. Así que yo fui el mandadero de mi casa por mucho tiempo. Tenía por costumbre el llevar la vista fija en el suelo, por si encontraba una moneda. Una vez, hallé entre el barro de la lluvia anterior un pequeño libro blanco. Lo limpié y en su portada apareció un lindo niño con la mirada puesta en el cielo. Un resplandor lo iluminaba. Sus manos estaban juntas en actitud de rezo y a un lado de él, hacia atrás un ángel bellísimo lo protegía. Llevé el librito a mi abuela. Lo terminó de limpiar con un trapo húmedo y me dijo: -Ya lo ves, mi niño, Dios te ha premiado. Ésto es un misal y lleva las oraciones más bonitas. Leelo y cuídalo como un tesoro, como un regalo del cielo. Lo abrí y noté que al final de cada oración venía un número, por ejemplo, en el Padre Nuestro, señalaban "50 indulgencias". Fuí de nuevo con mi abuela y me explicó. "Hay pecados mortales que sólo pueden ser perdonados por Dios a través de un sacerdote, pero los pecados leves ó veniales, pueden ser borrados si rezas con devoción algunas de éstas oraciones" Fue uno de los días más felices de mi vida. Héte aquí que aquél niño pecador por fin había encontrado un sistema casi automático para lavar sus pecados. Hice una lista de pecados (Los más vergonzosos los apunté con abreviaturas) pusé una cifra calculada por mí, (Tenía cierta experiencia por las penitencias que imponía el cura) Así pude terminar mi niñez limpio, impoluto para salir de mi casa a los 14-15 de edad (Con mentalidad de 8 años en ciertas cosas y de 45 años en otras) a realizar mis estudios de preparatoria y profesional lejos, muy lejos de mi hogar, pero eso será motivo de otra charla. En fin, ya inicié y espero que antes de aburrirse ustedes, no vaya a aburrirme de estar Contando mis cuentos.