sábado, 2 de octubre de 2010

Un Viejo Amor

Cada vez que Juan Manuel discutía con Marcela, pensaba si sería la última y definitiva. Su matrimonio llevaba al menos 15 años en franca caída cuando empezaron a surgir las quejas y reclamos. Por su egoísmo al atender más a su trabajo que a ella, por el tiempo que dedicaba a leer o por tomar café con sus amigos o cuando no fue a las bodas de oro de tía Enriqueta, la prima segunda de su madre y todos preguntaban por él y cuán harta estaba de vivir con tantas carencias mientras los Martínez y los López nadaban en la abundancia. Lo peor vino al perder su trabajo y la puerta que siempre se abría cuando todo parecía perderse, la nueva oportunidad salvadora que parecía asomar de la nada, esta vez no se abrió, nadie le habló, ni tuvo éxito cuando intentó trabajar por su cuenta. Mientras ocurría el milagro de obtener un empleo, una realización, su hogar se sostenía del sueldo de Marcela y las dádivas de sus hijos y su familia. Día a día recibía insultantes actitudes y desprecios, hasta la insostenible situación actual.
-Te lo diré de nuevo: ¿Aún sientes algo por mí? –Inquirió Juan Manuel.
Compungida, Marcela movió significativamente su cabeza contrayendo los hombros y fijando su mirada en el dibujo del piso. Su voz apenas se escuchó.
-No sé, yo… no lo sé…
-Bueno -replicó su esposo con impaciencia–, te lo preguntaré de otra manera: ¿Quieres que siga viviendo contigo? ¿Prefieres que nos separemos?
-No sé… eh… es mejor…creo… -respondió sin cambiar su postura.
-Ya está dicho todo, me voy. Haré los arreglos esta misma semana.

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