sábado, 21 de marzo de 2009

Y llegué al Trece

Quién sabe en que pensaba cuando inicié este cuento. Simplemente empecé a escribir... y resultó esto. A mí me gustó al final, me divertí al escribirlo. Espero que a ustedes les divierta leerlo.
Una Oveja Descarriada

Recibió el nuevo día con un dolor insoportable en la sien derecha, una sed terrible unida al profundo malestar de su estómago y la sensación de estar meciéndose al compás de las olas en la cubierta de un barco. El sol furioso penetraba por la ventana desde el oriente taladrando su piel e iluminando los más recónditos lugares de su maltratada bóveda craneana. Abrió las aletas de su nariz tratando de tomar una mayor porción de oxígeno y un polvillo suspendido en el aire lo hizo estornudar con violencia, lo cual extrañamente le aliviaba la jaqueca. Cubrió su cabeza con la almohada y trató de seguir durmiendo otro rato. El picor de los rayos solares sobre su espalda desnuda no se lo permitió. Se sentó en la cama, despeinado, con la mirada perdida de sus ojos inyectados y el mareo persistente y rítmico. Apenas tuvo tiempo de llegar al sanitario donde volcó todo el contenido de su cavidad gástrica. Lavó su cara en el lavabo, se enjuagó la boca y alisó sus cabellos rebeldes.
Al salir del baño, escuchó una voz de soprano semejante al gorjeo de un pájaro cantor que revoloteaba por la casa. -¿En dónde he escuchado antes ésta canción? Se dijo con curiosidad. Puso atención al cántico:
-“…ángeles, yo siento ángeles, yo siento ángeles a mi alrededor…”
Se dirigió hacia la cocina y ahí estaba la dueña de la dulce voz. La contempló un instante: Alta, muy alta, de una blancura de piel exagerada, de finas facciones sin gota de maquillaje y fue todo, no había más que ver. Su austero vestido oscuro y monacal estampado con florecillas blancas llegaba muy abajo de sus rodillas, sus piernas estaban enfundadas en unas medias gruesas y sus pies en rudos zapatos negros con hebilla. El cabello rubio y opaco estaba cubierto con un sombrero de paja de alas anchas adornado con un listón negro circundando la base de la copa y sus manos ocultas a la curiosidad de las miradas por unos guantes de estambre. Juraría que la había visto en alguna película de guerra como enfermera del ejército alemán. La escoba que accionaba era la generadora del polvillo medicinal que aliviaba su jaqueca.

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