jueves, 12 de marzo de 2009

Ocho, con una Anécdota

El buen sazón de las historias lo proporciona la anécdota. La Historia relata los hechos fríos, sin ánimo de entretener, de hacer agradable al lector los sucesos expuestos. A veces sabemos cuándo fue una batalla, cuántos murieron , dónde se efectuó, pero probablemente jamás nos enteremos que en el fondo, el rey atacante en realidad quería anexarse el reino vecino porque estaba enamorado de la princesa, la cual había sido comprometida por su padre con el conde X, ni sabemos que la celosa reina era tuerta y que finalmente dio cuenta de su marido envenenando su vino. Eso lo sabemos por medio de la anécdota y por ser como es, no se rige por los mismos principios de la historia, más rigurosos, menos retóricos.
Junto a mis cuentos, iré coleccionando anécdotas, propias y ajenas, tratando de que sean amenas e interesantes para quien se tome el trabajo de leerlas. Por lo pronto, tengo ésta, que se refiere a un relato que me hacía mi abuela paterna, Claudia, de las peripecias que tuvo en su noche de bodas.
UNA NOCHE DE BODAS
Mi abuela paterna me contaba una anécdota sobre su luna de miel. Mis abuelos se casaron en 1913, cuando México se encontraba inmerso en la lucha revolucionaria. Tomaron el tren para viajar hacia los Estados Unidos como viaje de bodas, pero cuando recorrían el bello Desierto de Sonora, fueron atacados por una horda de indios yaquis, primos hermanos de los apaches, que aún viven al noroeste del pais. Antes de que los indios pudieran matar a alguien, llegó una patrulla militar revolucionaria que dispersó e hizo huir a los asaltantes. Mi abuelo, que era coronel del ejército revolucionario se dió a conocer con los salvadores, quienes trasladaron a los recién casados al campamento, ya que el tren había quedado inutilizado e iban a ser necesarios varios dias para repararlo. Cuando llegaron a la improvisada base militar, mis abuelos fueron recibidos por el Jefe, el General Roberto Cruz, quien llevaba una buena relación amistosa con mi abuelo. Amablemente les ofreció su carpa para que pasaran ahí su noche de bodas. La cama era de aquellas antiguas con cabecera de tubos de latón, el piso estaba alfombrado sobre la arena y había las comodidades necesarias para el aseo personal. Lo que olvidó el General, fué advertirles que tenía como mascota a un búho que lo seguía por todas partes y acostumbraba dormir sobre el tubo de latón, al pie de la cama. En la noche, cuando reinaba la calma en todo el campamento, el búho llegó de sus correrías y tomó su lugar acostumbrado para dormir, pero la luz de la luna dió sobre un adorno de diamantes que mi abuela se había dejado en el cuello. El búho se abalanzó sobre el reflejo y mi abuela dió el grito de su vida. Mi abuelo despertó y entre las sombras vió un animal terrible al cual tomó, le retorció el cuello y encima le asestó tres balazos de su Colt 45. Se hizo un gran escándalo en el campamento. Soldados corriendo a sus posiciones y el General en ropa interior, de aquellos calzones largos que hoy sólo se ven en las películas del viejo oeste, irrumpiendo junto con oficiales y soldados en su carpa, que aquella noche se había convertido en cámara nupcial. La escena que contemplaron al entrar fué a mi abuela horrorizada tapada con una sábana y mi abuelo, de pie, con su pistola humeante aún y también en ropa interior contemplando a sus pies a la mascota del General que ya había pasado a mejor vida.El General, al ver a su animalito muerto, montó en cólera e increpó a mi abuelo, quien le reclamó el dejar suelto a semejante animal. se fueron calentando los ánimos hasta que quedaron apuntándose mutuamente con las armas ante los oficiales, los soldados y mi abuela casi muerta de miedo. Al fin, se enfriaron los ánimos, regresó la cordura y al contemplarse en ésa situación no pudieron menos que reir a carcajadas y pedirse mutuas disculpas. El General se retiró de la habitación no sin antes despedirse galantemente de mi abuela deshaciéndose en disculpas y mi abuelo regresó a la cama a terminar la larga y accidentada noche.Los dos vivieron para ver el triunfo de su causa y contemplar la creación del México moderno. Sólo mi abuelo no llegó a viejo. Murió por una embolia a los 60 años. Nosotros sus nietos, no llegamos a conocerlo. Pero ironías del destino, El General Cruz terminadas sus luchas y vida política, que también la tuvo, vivía en nuestro mismo pueblo, a unas casas de la mía. A diario lo veía pasar con el gesto adusto con su chofer, su sombrero Stetson, su bastón y su Colt 45 colgada a la cintura. De su nivel, fué el militar más longevo de la Revolución. Vivió hasta los 102 años.

2 comentarios:

  1. jejejejeje me ha hecho reír... para comenzar no me imagino a un búho de mascota, pero a veces los militares pueden ser excéntricos, no?

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  2. Bueno, Cris. Mi abuela me contó que era un búho la mascota, aunque mi mamá (su nuera) me dice que era un loro. Yo sigo con lo que me dijo mi abuela. El loro me parece bien como mascota de un pirata ó de una solterona de antes, pero para un fiero general revolucionario, me parece más apropiado una ave rapaz. Saludos.

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